No puedo otorgar al placer ningún valor positivo, puesto que entiendo que el placer interrumpe el proceso mutante del deseo; veo el placer del lado de los estratos y de la organización; y el movimiento por el cual se presenta al deseo como si estuviera sometido desde su interior a la ley del mismo movimiento por el cual se presenta escandido desde el exterior por los placeres; en ambos casos se le niega al deseo un campo de inmanencia propio. Me digo que no es una casualidad el hecho de que Michel [Foucault] le otorgue a Sade cierta importancia mientras que yo, al contrario, se la otorgo a Masoch.

G. Deleuze, Deseo y placer, 1977

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Idea:

Gilles Deleuze y Félix Guattari en El Anti-Edipo (1972) dicen lo siguiente:

Si el deseo produce, produce lo real. Si el deseo es productor, sólo puede serlo en realidad, y de realidad. El deseo es este conjunto de que maquina los objetos parciales, los flujos y los cuerpos, y que funcionan como unidades de producción (…) El deseo no carece de nada, no carece de objeto, es más bien el sujeto quien carece de deseo, o el deseo quien carece de sujeto fijo.
 

Efectivamente, el deseo según la óptica deleuzo-guattariana es una máquina de producción inserta en el campo social y no reducida a una representación consecuencia de una indagación solitaria en el diván del psicoanalista. El deseo es el “lugar” donde todo sobra y nada falta; el deseo es un proceso de agenciamientos, de conexiones que no cesan, no una mera pulsión individual (o no solo eso). En este sentido, en 1977, en ocasión de la publicación del primer tomo de la Historia de la sexualidad  titulado La voluntad de saber (1976) de Michel Foucault, Deleuze escribe una carta destinada a su amigo que hizo llegar a través de François Ewald, donde le señala al autor sus diferencias con aquel texto; este escrito más una serie de disidencias políticas producirá una crisis de la amistad entre ambos filósofos que seguirá así hasta la muerte de Foucault. Este texto titulado Deseo y placer fue publicado en 1994 en Magazine Littéraire con algunas modificaciones y opera como la evidencia más notoria en torno a la polémica sobre los conceptos de deseo y placer entre los intelectuales franceses. 

¿Cuál es el problema del “giro” de Foucault en la Historia de la sexualidad según Deleuze? De manera breve podemos decirlo de la siguiente manera: los dispositivos de poder que Foucault describía solo un año antes, en Vigilar y castigar (1975), ya no son solo normalizadores y disciplinarios (como el caso de la prisión) sino constitutivos, es decir, construyen una verdad (un régimen de veridicción), vale decir, los dispositivos de poder no tienen necesariamente una resonancia negativa para Foucault sino, por el contrario, productiva. Foucault desconcierta a Deleuze porque éste desconecta lo táctico (micro) de lo estratégico (macro), es decir, no desarrolla las relaciones de fuerza y de resistencia (exteriores, del afuera) a los agenciamientos de poder.

En definitva, la pregunta que se formula Deleuze en Deseo y placer será la siguiente: ¿cómo puede ser deseado el poder? La dificultad estará en que la filosofía deleuziana a diferencia de la foucaultiana se constituye desde la preeminencia del deseo, no del poder. Pensar la sexualidad a partir de un dispositivo de poder (efecto de relaciones de poder), tal como la presenta Foucault implica para Deleuze la anulación de la molecularidad del agenciamiento del deseo (su “estratificación”), ya que este se repliega sobre sí, se cierra, corta su flujo desterritorializante.

De este modo en el fondo de la disputa en torno al deseo y el placer se visualiza por debajo una diferencia sustancial en lo político: el placer para Foucault no es posible sin gobierno, de hecho, la reflexión de las prácticas eróticas de acuerdo al prisma foucaultiano se centra en la conducción y los usos de los placeres en Grecia y Roma, en el gobierno de de las pasiones y del instinto sexual en los antiguos, así como en el gobierno de los otros; por ello el interés de Foucault en el sadomasoquismo como ejemplo contemporáneo de erotización del gobernar y ser gobernado. Lo opuesto observamos en Deleuze, donde el deseo no es falta sino encuentro de flujos, es decir, un proceso que se sirve de flujos, no de relaciones formales y personalizadas (por ejemplo, la pareja). El deseo, según Deleuze, delira, sale de los surcos, permite el paso de un flujo de signos a un flujo de caricias, de semen o de mierda. Esta conexión de flujos (que no debe ser codificada ni interpretada) es lo que se visualiza en su reflexión sobre la sexualidad pero también sobre las drogas (flujos de percepciones en diferentes velocidades) o sobre el cine (flujos de imágenes). De esta manera podemos marcar entre Foucault y Deleuze dos políticas del deseo, vale decir, dos modalidades opuestas para pensar lo erótico. Félix Guattari señala esta dicotomía en una entrevista de 1973: “Nosotros decimos: hay dos políticas del deseo. Una política fascista, paranoica, capitalista, burguesa, reterritorializante, aquella que referencia, coordina, territorializa; y luego, hay otra que, desde el momento en que algo se desgarra, huye, lo inviste. Podemos ya partir de ahí”.

¿Está Foucault en el lado de la política del deseo “fascista, paranoica, capitalista, burguesa y reterritorializante” que opone Guattari a su visión y la de Deleuze? A juzgar por las características de coordinación y organización de los cuerpos-placeres, todo parece indicar que sí. Quizá ello explique las razones del desconcierto y la crítica de Deleuze. Sobre esta diferencia sustancial entre Foucault y Deleuze trabajaremos en este curso.